El pueblo de Chamula, que aparece por vez primera en la historia de la conquista española por el año de
1524, es sin lugar a dudas el que en nuestra provincia chiapaneca conserva más conocimientos de su pasado y
celosamente guarda sus costumbres, al grado de que en la cabecera municipal, llamada también Chamula, no aceptan
que ningún mestizo o blanco establezca allí su casa habitación. Sí aceptan y hasta
hacen amistado con comerciantes, estudiosos, etcétera, pero invariablemente sin vivir con ellos, sino que llegando
diario al pueblo.
Y mi informante, que es del repetido pueblo, me platicó la leyenda acerca del origen de la iglesia que se
levanta en el lado norte de la cabecera, y que además es la única de todo el municipio, pues no permiten
que sea construida otra dentro de los terrenos en que la autoridad chamula tiene voz y mando.
Comenzó diciéndome que, “cuando hay”, es decir, hace muchísimos años, las
piedras oían igual que los seres humanos y que los animales. Y agregó que en ese muy remoto tiemplo
habitaba en Chamula un hombre negro que era “muy cabrón”, pues tenía poderes especiales para
causar la muerte de sus enemigos a la vez que poseía, como consecuencia de tales poderes, una especie “a
modo de defensa”, por la cual ninguna arma, flecha ni lanza podía no digamos darle muerte, ni siquiera
causarle la más pequeña herida.
Por tales motivos, muy justificados por cierto, aquel negro era a la vez temido y respetado, pues los chamulas
sin excepción consideraban que nunca debían tener enemistad con él, porque a través de sus
conocimientos y grandes poderes, nadie podía tener capacidad de resistir los “males que echaba” y
menos todavía poder destruir a un ser tan poderoso.
Pues bien, al continuar mi interlocutor, agregó que en aquellos lejanos años no había iglesia
construida en su pueblo, y tal falta preocupaba a todos. Entonces se pusieron de acuerdo gran número de
aborígenes y fueron a rogar al poderoso brujo negro pidiéndole que los ayudara, desde luego que
valiéndose de sus poderes, para que resolvieran su problema de cómo construir dicha iglesia que estaba
necesitando urgentemente los que habitaban dentro y fuera del pequeño poblado.
En cierto momento aquel negro aceptó obsequiar la petición que le estaban presentando, y entonces,
seguido de los chamulas, se fue caminando y terminó deteniéndose, más o menos, en el lugar
que hoy ocupa la cruz que sobre un pedestal se levanta como a cuarenta metros de la puerta del templo.
Allí se detuvo también el numeroso grupo de aborígenes que, guardando su silencio impresionante,
había caminado detrás del negro. Esperaban con enorme curiosidad qué iba hacer el hombre de
los grandes poderes.
Repentinamente comenzaron a oír que se puso a “chiflar”, silbar, muy fuerte. A la vez
que iba girando lentamente sobre sus pies hasta dar una vuelta completa, pero siempre y sin perder ni una fracción
de segundo, produciendo aquellos silbidos, que, en su intensidad, fácilmente podía notarse se prolongaban
hasta las montañas vecinas y eran devueltos por el eco.
“Y entonces nuestros antepasados --continuó diciendo mi informante—quedaron materialmente
espantados al ver aquello que frente a ellos estaba comenzando a suceder, pues las piedras del monte, al oír el
llamado del brujo, comenzaron a moverse y se fueron convirtiendo en carneros. Las piedras blancas en carneros
blancos y las negras en carneros negros”.
Y según iban sufriendo esa transformación nunca vista, el conjunto de animales en forma desordenada se
vino galopando hacia abajo, es decir hacia la pequeña planicie en donde el negro silbaba, mientras los asombrados
y temerosos aborígenes no daban crédito al prodigio que estaban presenciando y que jamás se
repitiera en ninguna parte.
El primero en llegar fue un hermoso macho negro que, saltando en el aire, al tocar tierra quedó convertido en
piedra. Todos los demás animales, conforme iban llegando, daban un salto y al tocar el suelo o las piedras
en que se habían transformado sus compañeros, también quedaban al instante convertidos en
piedras.
“Y así –concluyó diciendo nuestro relator--, quedó un gran montón de piedras y
con ellas se hicieron las paredes de la iglesia de mi pueblo de Chamula”.
Pero afortunadamente todavía nos agregó algo más. Cuando el hombre negro, al ir dando vuelta
sin caminar, les iba silbando a los diferentes cerros y las piedras bajaban corriendo, “de éste –dijo
señalando hacia el sur, refiriéndose a un pequeño cerro que se levanta a la izquierda de la
carretera y poco antes de llegar a Chamula—no se movió ninguna piedra, pues ninguna quiso obedecer”.
“Y desde entonces ---expresó sentenciosamente--, éste se llama Chajancavitz, que en nuestro idioma
quiere decir Cerro de las Piedras Haraganas”
Prudencio Moscoso Pastrana
Leyendas de San Cristóbal
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