¡Salud, oh pueblo de mis amores
Donde en pasados tiempos mejores
Mi vida alegre se deslizo!
¡Salud, oh tierra de los vergeles
Cuyos recuerdos tienen las mieles
De la encarnada flor del sospó!
Rodulfo Figueroa, fines del siglo
Al pasar una curva de la carretera Tuxtla-Cintalapa, se despliega a los pies del Cerro de Juárez, de manera repentina una vista casi cinematográfica: el valle de San Pedro y Santo Domingo o de Cintalapa y Jiquipilas. El efecto es mayor si es el atardecer cuando el sol poniente remarca las formas bizarras que el viento y el agua han labrado en los relieves que se sitúan en medio de la amplia extensión de la planicie. De cerca, la sensación no decrece y los engañosamente mansos ríos, los sabinales, los campos cultivados y los restos de antiguas haciendas contribuyen poderosamente a recrearla.
El valle era en la colonia un mundo autárquico que servía de entrada a los viajeros que de México pasaban a la provincia de las Chiapas, un mundo dominado por los finqueros, dueños de tierras y esclavos. Hoy es una de las comarcas chiapanecas más prósperas y una de las varias zonas que conforman la depresión central de Chiapas, una región aprisionada entre altas montañas y recorrida por serranías, barrancos y gran-des valles. Esta ruta por los caminos del occidente de Chiapas, antiguas tierras zoques, nos descubre desde la modernidad de Tuxtla Gutiérrez, hasta los vestigios de la vida en las haciendas tan importantes en la época colonial y en el siglo XIX, así como escenarios de la antigua geografía sagrada de misterioso significado como el del Cañón Río La Venta. Es una ruta de sorpresas para el viajero que busca las experiencias de la naturaleza y de la historia.
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